jueves, 24 de noviembre de 2011

Infinito.

La luz de la luna, cálida y pacífica entre por el balcón iluminando poco a poco el íntimo piso. El silencio es el único que habla, solo se escucha de fondo agua cayendo, hay alguien duchándose, pero a la luna poco le importa eso. Su luz recorre toda la casa, vive una mujer sin ninguna duda, la decoración le delata. No es un piso muy grande pero si acogedor, por las fotos no deberá tener más de veinticuatro años, es una chica descuidada por la manta sin doblar que hay en el sofá y solitaria por el botellín de cerveza vacío que hay en la mesa, le gusta olvidarse de la realidad de vez en cuando por el paquete de Malboro medio vacío que hay escondido en el cajón. La luna sigue avanzando hasta que se topa con un sentimiento de soledad, una foto enmarcada en un cuadro blanco, dos amigas en un mirador. Se les ve alegres, con una sonrisa real y un color que ni el mejor maquillaje lo conseguiría, el color de la felicidad, se abrazan a la vez que ríen. El silencio se rompe, ha salido de la ducha. Abre la puerta y sale una ola de vapor, la luna le observa. Un pie y luego otro, ha mojado todo el suelo pero la luna se queda parada, otra vez. En el pie derecho, en el interior tiene una marca en la piel negra, un infinito. Hasta la luna que todo lo sabe, no puede llegar a imaginar lo que es ese símbolo para ella.  Mira el reloj, llega tarde haya donde vaya y por su cara de pocos amigos no le apetece salir, quiere quedarse en su hogar, tranquila. La hora llega, el rayo de la luna desaparece y se traslada a otro hogar, algo diferente a ese.